viernes, 3 de abril de 2009

Detenido un cabecilla del 'cartel de Juárez', hijo de El Señor de los Cielos

Vicente Carrillo Leyva era uno de los 24 criminales más buscados de México
Dicen que antes de irse al otro mundo, lo que sucedió en 1997 mientras un cirujano trataba de cambiarle el rostro por el de una persona decente, Amado Carrillo Fuentes le pidió a su hijo Vicente, su primogénito, que no se dedicara al negocio del narcotráfico. Amado Carrillo tenía por entonces 41 años y era considerado el narcotraficante más poderoso de México, jefe supremo del temible cartel de Juárez. Disponía de una flotilla de Boeing 727 para transportar cocaína a EE UU, lo que, además de una inmensa fortuna, le proporcionó un apodo majestuoso, El Señor de los Cielos, nada que ver con los que arrastraban algunos de sus colegas de la época: El Pinocho, El Colocho, El Mosca o El Chapo...
Su hijo Vicente no le hizo caso.
Vicente Carrillo Leyva -que cuando murió su padre tenía 21 años y ahora ya anda por los 32- fue detenido por la policía mientras hacía deporte muy cerca de su casa, en el Bosque de las Lomas de la ciudad de México. Iba vestido con un chándal blanco y llevaba puestas unas gruesas gafas de pasta negra. Vivía bajo un nombre tan falso como su aparente fachada de probo empresario, pero había descuidado un detalle que a su padre -tan obsesionado con su seguridad que le costó la vida- no se le hubiera pasado por alto. Su esposa, Karina Quevedo, seguía llamándose Karina Quevedo... Y eso, según la versión oficial, fue lo que llevó a los guardias hasta su paradero.
Ayer, muy de mañana, dos policías federales encapuchados y portando rifles presentaron a Vicente Carrillo ante la prensa. La imagen recordaba a otra muy reciente. La presentación hace dos semanas de Vicente Zambada, hijo de El Mayo Zambada, uno de los jefes del cartel de Sinaloa. Hay varias lecturas de esas dos detenciones. Por un lado, tanto Vicente Carrillo como Vicente Zambada pertenecen a las nuevas generaciones de narcos. Con el dinero sucio de sus padres ellos viajaron por el mundo y se graduaron en las mejores universidades. Al regresar a México, utilizaron su formación para modernizar el negocio, blanquear los grandes ríos de dinero negro. De ahí que sus rostros figuraran en los carteles que la Procuraduría General de la República (PGR) distribuye con el nombre y la recompensa de los 24 criminales más buscados.
Hay otra lectura. Da la impresión de que la Policía Federal y el Ejército mexicano siguen subiendo, aunque trabajosamente, por la escalera del crimen organizado. Hace unos meses, las presentaciones que hacía la PGR de sus detenidos tenían como estrellas invitadas a sicarios mal encarados acusados de cortar la cabeza de dos docenas de albañiles que habían construido un narcotúnel en la frontera o a verdaderos monstruos capaces de cocinar a 300 de sus víctimas en sosa cáustica... Esas detenciones se siguen produciendo -como siguen produciéndose los asesinatos entre bandas rivales-, pero a ellas se han unido las de los lugartenientes de los grandes capos.
Si se tiene en cuenta que el presidente Felipe Calderón ya no está solo en esta guerra -precisamente ayer iniciaba su visita a México la secretaria de Seguridad Nacional de EE UU, Janet Napolitano-, cabe suponer que ahora se está más cerca que nunca de llegar a la cúpula de las organizaciones criminales, allí donde todavía habitan los nombres míticos del narcotráfico. En la cabeza de todos sigue un nombre, el del enemigo público número uno. Lo reconoció ayer Ariel Moutsasos, un asesor de la PGR: "El Chapo Guzmán, jefe del cartel de Sinaloa, se ha convertido en un símbolo, en una suerte de Bin Laden para los cuerpos de inteligencia y de seguridad. Posiblemente, se encuentre en una zona montañosa del golfo de México...". Posiblemente. El Chapo, al final de la escalera.

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